15 ago 2005

1. Pienso, luego existo: RMO

De los artículos
y otras quimeras del yo
Rafael Menjívar Ochoa


Todo el mundo quiere publicar artículos, de eso no hay duda. La pregunta –y con no poco de autocrítica– es para qué.

Uno tiende a pensar que tiene cosas que decir que a nadie se le habían ocurrido antes, que es capaz de revelar pensamientos reservados sólo a unos cuantos y desgranar interpretaciones que cambiarán el rumbo del país o, por lo menos, de las ideas.

Y sin embargo uno sabe que no ocurrirá nada terrible si no escribe, si alguien lee o no lo que a uno se le ocurre frente a la Proverbial Hoja en Blanco después de quince minutos o dos semanas ante la máquina –la desesperación es necesaria.

Hay ideas que rondan durante meses y años y que no se atreven a tomar forma de letras; y, cuando por fin se concretan en un artículo y uno apuesta la vida a su ingenio, en el fondo está claro que nada ocurrirá, excepto que algún amigo le dirá días después: “Oye, estuvo bueno tu artículo. No terminé de leerlo, pero el principio estuvo excelente.”

Si lo que se dice en los párrafos de arriba es cierto, no hay nada que justifique este artículo ni muchos de los que lo acompañan, en éste y otros lugares, de éste y otros autores; el derecho de escribir, en tanto deban tratarse temas novedosos o enfoques singulares, se reduciría a las revistas de cancerología, enciclopedias y algún anuario de estudios marxistas que se sobreviva a sí mismo.

En realidad lo que a uno le preocupa es qué sería, si no publicaran, de los que arriesgan el ego, y quizá algo más, en columnas semanales o mensuales, que escriben su propio nombre, al inicio de la nota, con respeto temeroso; que revisan obsesivamente sus artículos aunque saben que las erratas y gazapos son esenciales a la escritura.

Y aquí está uno, dándole al teclado.

Uno sabe que no tiene ideas suficientes, o no es capaz de procesarlas a la velocidad suficiente, como para decir cosas sensatas todos los días, ni siquiera cada semana, y envidia hasta la abyección a los que sí pueden. Aun así escribe sólo por el simple hecho de que escribir es divertido, e imagina que leer lo que a uno le divierte puede ser igual de divertido para los demás, y que a veces no saldrán cosas que hagan sonreír, pero le hace la lucha.

Un momento, dice uno mismo: eso es salirse por la tangente. Uno habla de la importancia que pueda tener un artículo, no de la cantidad de sonrisas, escalofríos o franco terror que es capaz de producir –hay modos tortuosos de divertirse.

Y uno, que no tiene deseos de entrar en una desgastante autopolémica, pone punto final.