15 ago 2005

2. creaCción: Poesía, RER

Por entregas (2/9)

El libro de la penumbra
René E. Rodas


3. El caos

Horas, horas inconsolables, vacías horas. La sal arde en las acequias desiertas.

No dan sus voces los animales y el pan no viste de promesa el mesón del hogar.

No hay lumbre ni conjuro para la bruma de la tarde y el cielo desciende en una espiral de antorchas.

En el aire pudre la nata del tedio sus hilos de vieja araña sin memoria.

En las ramas desnudas no canta el coro a capela de la brisa y nadie habita la luz.

La tarde sestea en inmóviles caballos y duda el río en su cauce y se detiene.

Y tú aún no eres signo, no estuviste lo suficiente para que el mundo te ignore.


4. Los legionarios

I

Y mira tú por dónde venir clamando estas voces. De su hidalguía nada sabemos.

Como no sea que vienen del mismo ovillo que fue nuestro lagar. Allá no nos conocíamos.

Presa éramos de un común hechizo, ecos atolondrados de una extraña voz que era la nuestra.

Compactos y cómodos en la tibieza de una saica lunada, nos veíamos repetidos más allá de las cifras.

Los habíamos más iguales que otros y mejor dotados en minoría. Fuerzas de choque, de bloqueo, rompe brechas.

En los canales del gran viaje, los mayorales en el concilio de las creaturas formadoras.

Uno solo el dueño de la plaza. Uno el altivo dueño del destino de todos. Vencedor de nuestro sacrificio.


II

—El pobre. ¿Quién será —nos preguntábamos— aquel altanero destinado a perdurar de nuestra finitud?

¿Quién será el llamado a penetrar en la ávida mansión de las transformaciones?

Si todos somos portadores de los signos, ¿por qué es su llamado el que rinde la puerta?

¿Por qué se entregan ante él los sellos del arca? —Un arca que crece para remontar las edades.

¿A qué te esfuerzas si has de sufrir? —nos decíamos—. Pero no atendíamos reconvenciones.

¿Quién te llama con tanto apremio desde un corno visceral en un cuerpo que te es ajeno?

¿Qué diminuto planeta irás a formar con esta tribu de enemigos que somos nosotros tus hermanos?


III

Ya sentimos el llamado. Ya se escuchan las voces aromáticas de la apelación incierta.

Fue bueno compartir la tibieza de este mullido caracol que sueña con una arisca estrella.

Aquí hemos soñado con el astro en donde habita la otra cara del silencio que le falta al nuestro para ser palabra.

Un olor a humus y fosfatos nos reclama. Y la duda y la desazón nos asaltan.

Congregantes hemos sido en esta catedral de infieles. Laberintos del tiempo enredados en las columnas del espacio.

Piedras que dan lecho a un manantial en el que una ácida llama encauza su imprudencia.

Oficiosos gañanes aventados como mieses a la entraña rumorosa de los cielos.

Voces surcantes en busca del tierno vientre de la luna. Tierna canalla de un pacto secreto entre muerte y deseo.

Navegantes de un delgado hilo de luz opaca y pestilente. Marinería de fieras alebrestadas de calor.

Hijos del oprobio y el silencio, en nada creemos como no sea en el rostro áspero y ovulado del amor.