15 oct 2005

El escritor fantasma

Por
Jacinta Escudos

Estábamos con Salvador Canjura, a inicios de este año, en la que para mí es de las mejores librerías de San José, Nueva Década, escarbando libros, cuando descubrimos la edición en Tusquets de Mason y Dixon de Thomas Pynchon. Cuando abrimos el libro, en la solapa donde debería estar la foto del autor, había un espacio negro y una gran X encima.
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No sé cómo lo ha logrado, pero Pynchon es uno de los escasos autores que no se dejan retratar, ver en público ni dar entrevistas. Hay como 3 ó 4 fotos bastante antiguas de él. También está la ya famosa versión de los Simpson. Pareciera una excentricidad de Pynchon el hacer esto. Y repito, no sé cómo se las larga, cuando las editoriales prácticamente exigen que sus autores se integren al circo de las presentaciones de libros, fotos, entrevistas de radio y T.V., giras y firmas de libros.
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Leyendo un artículo en
Radar Libros sobre Pynchon, pensé que en realidad, al final, así debería ser. Los libros deben ser capaces de salir por sí mismos, de "dar la cara" por ellos mismos, sin su autor, que debe quedar dos pasos atrás, en las sombras. Esto obliga, de algún modo, a que el autor se afane en la calidad literaria, a que el lector se enfoque en la lectura del libro y no se disperse con las inequívocas señales de algo que diga o deje de decir el autor o la editorial o la prensa. Esto por supuesto también obligaría a las editoriales a esforzarse en publicar calidad literaria y no a armar elefantes blancos de ventas, sin importar los bodrios que lance a publicación.
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Demasiado ha distorsionado el mundo actual la supuesta necesidad de que el autor participe de lo que insisto en llamar un circo. ¿Por qué hay demasiada oferta?, ¿por qué hay demasiados autores y libros publicados? Los que comienzan a escribir vienen ahora con la idea de ganar un concurso, de ver su foto en el periódico, de ser "famoso" (para lo que sirva), y pierden de vista que escribir es, más allá de eso, un proceso de profundo auto-conocimiento y de un afianzar la vida, el mundo, una búsqueda de nuestro lenguaje personal, de nuestras historias, nuestras transformaciones y evoluciones. Es lo que hemos olvidado con tanto flash.
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Bien por Pynchon, de quien deberíamos aprender a desinflarnos el ego.