15 nov 2005

Claudia Lars

Poemas

Dos sonetos a un místico

I

Amor que se cruzó por mi camino
y me encontró en la sombra, abandonada.
Amor que fuera luz en la callada
y sombría espesura del destino.

Esencia de lo noble y de lo fino:
le sorprendí brillando en su mirada.
Mas no quiso hacer caso a mi llamada
y transformó lo humano en lo divino.

Yo me quedé con la esperanza rota.
¡Corazón que me sangra gota a gota
siempre que pongo mi ilusión en algo!

¿Por qué tan fuerte ante la vida fuiste?
¿Es que miedo a la vida le tuviste,
amor que no supiste lo que valgo?

II

Abrí por ti mi corazón entero
y en él pudiste ver sin velo alguno.
Lo que hacerme sentir pudo ninguno
sintió por ti mi corazón sincero.

Amor entre los grandes el primero:
amor de aquellos que entre mil hay uno.
Se te ofreció inocente y fue importuno.
Y lo calló tu voluntad de acero.

¿Por qué quieres vivir vida divina
si de la forma humana estás vestido?
¿Acaso el mismo Dios no se adivina

tras de la oscura puerta del sentido?
Si el alma entre la carne va escondida,
¿por qué este empeño en sofocar la vida?








Cartas escritas cuando crece la noche (I)

El tiempo regresó -en un instante-
a la casa donde mi juventud
quiso comerse el cielo.

Lo demás bien lo sabes...

Otros llegaron con sus palabras
y sus cuerpos,
buscándome dolorosamente
o dejando la niebla del camino
entre mis pobres manos.

Lo demás es silencio...

Hoy tengo tus poemas en mis lágrimas
y el deseado mensaje -tan tuyo-
entra en mi corazón con mil años de ausencia.

Lo demás es poseer este milagro
y sentirme a orillas del Gran Sueño
como una rosa nueva.

"Dame tu mano al fin, eternamente"




Sobre el ángel y el hombre (III)

El constructor radiante,
dueño de la virtud que aquí sostiene
la línea vacilante,
el asombrado instante
en que la forma realidad obtiene;

dibuja lo más leve,
suelta un águila blanca sobre el día,
frondas y ciervos mueve
en verde lejanía
y es piedra y flor… ¡tenaz sabiduría!

Por latidos de aroma
y por vuelos finísimos del trino
inaugurado asoma,
y en inefable idioma
nos da su pulsación y su destino.

Otros ángeles miran
la vida en plenitud diferenciada;
y al contemplar admiran
y en beatitud aspiran
la múltiple energía desatada;

pero el más refulgente
-en la idea central de lo que existe-
de sonido viviente,
de mar inteligente,
ve surgir la experiencia que persiste.

Las torres de su altura;
el agua de los lirios, hasta el fondo;
mi cuerpo –esta envoltura
de la humana criatura-
con el cual le descubro y le respondo;

brotan de su desvelo
y están en su dominio contenidos;
hijos de fuego y hielo,
por la tierra y el cielo
despertando, despiertas y dormidos.

Pregunto; ¿dónde, cuándo
su incomprensible rostro será mío?
Me voy enamorando
de lo que ando buscando
por secretos de llanto y de rocío.

Si el corazón pudiera
seguirlo –con deseo largo y fuerte-
mi sombra, tan severa,
olvido… olvido fuera
como el suave olvidarnos en la muerte.

Angel: días rectores
me dan breves atisbos en la espera;
con fríos punzadores
y ceniza de flores
ando el invierno, porque soy viajera.

Sin cansarme persigo
la solitaria luz que adentro arde
angustiada te digo:
territorio enemigo
voy a cruzar… y a veces soy cobarde.

Siento que no me dejas;
conozco tu fulgor, de ahora y antes;
si pienso que te alejas
advierto que reflejas la eternidad en luces caminantes.