15 feb 2006

Rodrigo Peñalba

Dibujos y pinturas

Esquina de Diriamba

Óleo sobre madera

22 x 29.5 cms

u

Nuevo retrato de Claudio

Óleo sobre madera

35 x 30 cms

u

Retrato de Rodrigo

Óleo sobre madera

37.5 x 28 cms

y

Cabeza de José Martí

Tinta

1963

u

Autorretrato

1963
y

Contemplando en perspectiva, se puede afirmar que Rodrigo Peñalba (1908-1979) nació para pintar, que fue producto de la pintura y que es el fundador de las presentes artes visuales de Nicaragua. Los datos biográficos dicen que en verdad fue hijo de un optometrista de profesión, que se ganaba la vida midiendo la captación del ojo o el alcance de la vista; pero cuya verdadera vocación era la de pintor, que sobre todo es el arte de ver. Las telas y biombos de don Pastor (1879-1959), como se llamaba su padre y se le trataba en el ambiente, producidos a lo largo de su existencia, aunque presa de las limitaciones provincianas, se plantean como imitación o copia fiel de las estampas bíblicas de los renacentistas, o versiones de los paisajes nativos, representaciones de los ímpetus de la naturaleza encarnados en los caballos, propios del romanticismo y, alguna vez, como alegoría, lo que revelaba el gusto y la sensibilidad afrancesada…

En Rodrigo Peñalba confluyen o culminan todos aquellos tanteos y aproximaciones locales en y a la plástica, desde los siglos coloniales hasta comienzos del siglo XX. Es nuestro último pintor provincial y tradicional y, a su vez, nuestro primer pintor cosmopolita, “mediterráneo” o nicaragüense, lo llama Pablo Antonio Cuadra, moderno y profesional, puesto que vivió y subsistió de la pintura. En él es reconocible esta trayectoria débil y fragmentada o discontinua y con él podemos arrancar la creación y la vigorosa tradición contemporánea.

Aquel academicismo opresivo, aquel mimetismo de colonizados, que sometía la creatividad, en Peñalba se convertiría en escuela, profesión, rigor y vínculo directo con las academias y escenarios metropolitanos. En él se contraponen, se debaten y sintetizan las concepciones clásicas y románticas y, por consiguiente, modernas, de que si el arte es imitación de la naturaleza, al mismo tiempo es creación de otra naturaleza: revelación del yo, y, por ende, expresión confesional, subjetiva, un sostenido autorretrato, libérrima (modernidad igual a diversidad, a versatilidad).

Al manera de aquellos anónimos pintores de los Virreinatos de la Nueva España, México, y del Perú y de la Capitanía General de Guatemala del siglo XVII, su temática es religiosa, incluso, al servicio de la iglesia católica y de su discurso ideológico; pero a diferencia de ellos, su pintura trasciende para ser el signo de una profunda vivencia espiritual y de un proceso de conversión muy particular, que lo hacen quizá uno de los pocos pintores auténticamente religiosos de América, en este siglo tan signado por el racionalismo, el laicismo y el materialismo.

En él también sobrevive y se realiza primordialmente el retratismo de los criollos del siglo XVIII y de los burgueses del siglo XIX que se propusieron fijar la fisonomía y el carácter de los españoles o “chapetones” fincados en la provincia y que documentaron la fisonomía mestiza…

Todos estos empeños, concepciones, índoles y motivos perviven de veras en Peñalba, más exactamente, viven por vez primera, como no vivieron antes. Él es lo mejor del pasado, su rescate e invención, y fue el comienzo del futuro, es decir, de la pintura nicaragüense a partir de la década del cincuenta. Si los retratistas del XVIII y XIX, si don Pastor y sus contemporáneos, como Juan Bautista Cuadra (1877-1952), ofrecen algún interés, es porque la luz de Peñalba se proyecta sobre ellos iluminándolos retrospectivamente. Si Peñalba importa es porque tiene obra y como maestro tuvo discípulos, es decir, porque alumbra el porvenir. Es puerto de llegada y punto de partida…


Del libro “Peñalba. Estudio, compilación y cronología” de Julio Valle-Castillo.