15 may 2006

Divagando

Rodrigo Peréz-Nieves

A los doce años entendí que era mejor ser mexicano que chapín. Me encantaba el Memín Pinguín, mi héroe favorito era Kaliman “el hombre increíble” junto a Solín; algunas veces cuando había dinero, comíamos productos mejicanos traídos de contrabando por el Suchiate (los vendían en el mercado del pueblo), no había productos como los de México decían.

El himno nacional era todo un dilema para mí. Siempre me obligaban a cantarlo los lunes en el patio de la escuela. Pero en cambio la tonadita pegajosa del himno de los Estados Unidos Mexicanos, siempre sonaba cuando estaba relajado viendo televisión sentado con otros niños en la tienda de la esquina pagando dos centavos. En los inicios de los sesenta las múltiples victorias de los mexicanos en las Olimpiadas me hicieron escuchar su himno una infinidad de veces. Lo tarareaba cuando estudiaba, caminaba y hasta cuando iba al baño... “mejicanos al frente de...al sonoro rugir del cañón...” ¿Por qué nunca se escuchaba el himno guatemalteco?, mi inocencia no me permitía entender que el éxito en el deporte no es una característica de los chapines.

Después no entendía porque la bandera del Guatemala era tan simple: azul como el cielo y blanca por la paz, me decía mi criolla profesora de Sociales de pelo rubio teñido. ¿Por qué no tiene color rojo, eso la haría ver más espectacular? ¿Por qué no le ponen un cóndor matando una culebra, eso sería más divertido? No, era sólo azul y blanca, sin cóndores, sin serpientes.

Pero mi máxima frustración fue cuando me dijeron que el Quetzal era nuestro símbolo patrio ¿Un Quetzal? Pero no es veloz, no es fuerte, no caza otros animales. Sólo come y exhibe su cola. No es como el águila que vuela y caza.

El primer Quetzal que vi, estaba disecado en un museo. El patriótico Quetzal estaba amarrado a un árbol rodeado de flores de papel llamada “la flor nacional”. Y con eso debíamos demostrar patriotismo.

Sin embargo, un día comprendí la terrible realidad de mi nacionalidad. “Hijo uno no escoge de qué país quiere ser, vos sos guatemalteco, para bien o para mal, me dijo mi mamá siempre tan paciente y cívica con mi educación”. ¡Puta ¡ me dije, ¿entonces donde está mi libertad?, Y volví a escuchar la voz de mi padre y del abuelo: Si querés escuchá marimba, si te gusta Mozart gózalo, o escuchá lo que te dé la gana, eso del folclor es únicamente un interés espurio de las clases dominantes, no es libertad. Libertad es no tener himno, ni patria, ni bandera. Libertad es que te dé lo mismo haber nacido en Guatemala, en Cuba o en Timor, porque donde nacés determina tu bagaje, no tu destino”.

A los quince años ya no quería ser mexicano, mi pelo indomable, mis ojos marrones, mi idioma un español chapuceado y mi sentimiento era la de un enclenque socialista tercermundista. A esa edad se me rompió el corazón, a esa edad perdí la fe, a esa edad empecé a ser humano. Muchos sabíamos de las reuniones clandestinas de los grupos de izquierda (había más grupúsculos de partidos que militantes) al cabo de media hora de discusión se establecía una extraña pugna por ver quién era más rojo, una confesión de patriotismo a nuestro modo, porque nadie quería quedarse a la derecha de nadie.

Algunos de aquellos conmilitones que de ninguna manera consentían que alguien pudiese posicionarse más a la izquierda que ellos, de tanto doblarse son hoy patriotas que gritan soflamas incendiarias en el Congreso o en los medios de comunicación de la derecha imaginativa al servicio de los de siempre, sin solución de continuidad. Cuando oigo y leo lo que dicen hoy, y vuelvo la memoria a sus discursos de ayer, me recuerdan esas fotos en blanco y negro tomadas en las montañas a la par de Otto René Castillo. Y me cuesta pensar que son los mismos. Los mismos patriotas que se han cambiado de patria.

Ahora ya pasé el medio siglo, el Muro de Berlín fue derrumbado, la Perestroika trajo abajo la unión Soviética, la izquierda regresa en algunos países poniéndonos a soñar de nuevo con utopías, Cuba continua en pié a pesar de los ataques y Estados Unidos sigue buscando amigos con quien jugar en guerras desiguales. Ya no me autoseñalo ni me autorecrimino ni me siento fracasado. Lo que hice o dejé de hacer para mí fue lo mejor.

Me dicen ahora que mi pensamiento debe ser liberal y globalizador y va en contra de mi emoción cuando era adolescente de ser un antiimperialista de sentimiento y socialista de convicción. Ahora ser patriota es quien se coloca a la par de Acevedo el líder magisterial, y grita consignas contra quiénes quieren quitarle la máscara, ser patriota es el que se pone en posición de "firmes" cuando oye el himno nacional, o mira al cielo, es patriota el que dice que no negocie con Cuba o Venezuela, son patriotas quienes se llenan los bolsillos suyos y de sus familiares a costa de los impuestos del pueblo, son patriotas quienes justifican los pronunciamientos militares, es patriota el que busca medallas con el dinero publico, es patriota el que habla mal de su país, dentro y fuera de el, es patriota quien cede terreno publico para centros de enseñanza privados y homófobos, es patriota quien miente a sabiendas para buscar beneficio propio, es patriota quien privatiza lo publico para darlo a los amigos, en fin, al menos yo tengo claro quien o quienes son "patriotas: La patria, la bandera, el honor, el enemigo, etc., son mentiras que el poder utiliza para seguir viviendo de puta madre a costa del "tonto de la bandera".

Ya a estas alturas ya no sé ni que debo creer. Soy consciente que de que soy un chapín, sin remedio ni redención. Pero en este momento no soy más que un guatemalteco que espera que los corruptos diputados aprueben el ALCA con la misma expectativa de cuando a los 12 años supe que el Circo vendría a mi pueblo. Es lo mismo lo que les pasa a ustedes amigos centroamericanos, ¿no creen?