22 ene 2011

LO QUE EL VIENTO SE LLEVO: Poemas de Montreal






El oficio testimonial de un poeta residente en la tierra

David Escobar Galindo / SAL


Colección Las Dos Orillas -de la Editorial Delgado- se acerca a la orilla del cielo con la publicación de "Poemas de Montréal" del poeta René E. Rodas.


El poeta René E. Rodas acaba de publicar, en la Colección Las Dos Orillas, de la Editorial Delgado de la Universidad Dr. José Matías Delgado, su libro "Poemas de Montréal", que recoge dos poemarios que se suceden en el tiempo: "El libro de la penumbra", iniciado en México D. F, en 1987 y concluido en Montréal, Canadá, en 1999; y "El museo de la nada", escrito en Montréal en 2003. La Colección de la que forma parte este volumen acoge alternativamente a poetas de América y de España, y comenzó nada menos que con una antología de sonetos del notable poeta y excepcional sonetista español Carlos Murciano, que hizo personalmente la selección.


Esta vez, la Colección se enriquece con dos testimonios palpitantes de la vivencia propia y compartible del poeta René Rodas en tierras distintas y distantes de su solar natal. La geografía ha sido siempre para los salvadoreños una experiencia existencial irresistible. Desde que tenemos memoria, somos país de emigración, y eso pone inevitablemente un sello de destino, tanto para los que se van como para los que se quedan. Seres con maleta lista, sea literal o simbólica, vivimos aquí y allá, en el aquí que creemos vivir y en el allá que nunca llegaremos a poseer de veras; y eso se ha magnificado y dramatizado en los tiempos recientes, cuando la guerra y cuando la posguerra. Y el aprendizaje es incesante, como lo es en toda forma del vivir que se anima a ser tal. Acostumbrados a los afanes de la guerra y entrenados en ellos, desde mucho antes de que esta detonara porque ya no podía más, fuimos sorprendidos por los afanes de la posguerra (me cuesta decir paz, aunque la firmé con tanta convicción), en los que nos falta tanto por aprender. Y eso abarca desde luego el oficio de la poesía, que merece también salir a los aires nuevos, a revivirlos con emoción intrépida.


La lectura lenta y recurrente de estos dos poemarios de René Rodas me ha producido, en primer término, la impresión inquietante del tránsito. Más allá de las diferencias formales, que en todo caso son significativas, pero que nunca dejan de ser incidentales, entre estos dos poemarios hay una diferencia que yo calificaría como diferencia de palpitación. "El libro de la penumbra" quiere ser una corriente mansa de aguas anímicas profundamente revueltas; "El museo de la nada" nos propone un desafío irónico, y por instantes sarcástico, que lleva en sí muchas semillas de anuncio transicional, tanto en la vida del poeta como en la realidad que lo circunda. ¿Qué puede significar todo esto? Aventurémonos a algunas conjeturas, lo cual en poesía no sólo es válido, sino generalmente revelador.


En el curso de estos dos ríos personales que confluyen hoy en un estanque de páginas, el poeta va dejándonos conocer –de seguro en más subconsciente que consciente— algunas experiencias privadas de su oficio circulatorio. Las palabras también son flujos sanguíneos, que van del corazón a las periferias; es decir, de la vivencia propia a la vivencia compartida. El poeta es un solitario en desafío. Desafía los contrastes de la realidad interna y los sinsentidos de la realidad externa. De esto surgen, inevitablemente, una proyección metafísica y una convicción irónica. La primera prevalece en "El libro de la penumbra" y la segunda domina en "El museo de la nada". Son como las dos caras de la misma identidad, o de la misma soledad, según como quiera vérsele.


En el primero de esos poemarios, el poeta Rodas se deja llevar por un versículo que está en el vecindario inmediato de la prosa poética. En el segundo, el verso es más contenido y sintético. Nada de esto es casual. "El libro de la penumbra" va tratando de atrapar, como una atarraya magnética, los productos existenciales más entrañables; "El museo de la nada" es el flujo casi fotográfico de la experiencia en los entornos del ser personal. En el primero, el poeta se asusta de sí mismo porque no hay nadie más ante el espejo; en el segundo, se burla de sí mismo porque los demás se prestan a ser víctimas propiciatorias. Al final, todo es uno: la palabra que sangra por la vena, la sangre que se evapora entre los desvelos escritos.


Como todos los poetas de veras, René Rodas es poeta de su tiempo por la sencillísima razón de que está en el tiempo. Y, en la contemporaneidad poética salvadoreña, que tampoco tiene límites precisos, es una voz que se hace oír para ser oída. De la lectura de sus versos queda la sensación viva de que lo dicho es obra. Y eso basta para permanecer. Hay que leer este libro. Nada más.